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¿Cómo se hace millonaria una empresa? Vendiendo su producto. ¿Quién compra su producto? Nosotros, los consumidores.

En el caso de las grandes empresas que dominan el mundo, ya sean compañías informaticas, de alimentación o petroleras, la principal razón de su enorme capital es que han creado un producto, una oferta o un servicio mejor que el de su competencia. Esa es la razón de que se consuman en todo el mundo y esa es la principal razón de su enorme poder.

Pero seguimos sin verlo. Seguimos condenando a las grandes empresas, porque crean gente pobre, porque explotan a países en vías de desarrollo, porque imponen sus normas. Nos decimos todo eso y lo creemos a pies juntillas, sin plantearnos la responsabilidad que todos tenemos en su éxito, y más aún, si tales aseveraciones son ciertas. Bien, en la mayoría de los casos, no lo son.

Ponemos a parir a Facebook, por usar nuestros datos en su propio beneficio. Pero lo hacemos desde el mismo Facebook. Demonizamos a Google por pagar menos impuestos en nuestros países, pero usamos gmail para organizar cadenas de mensajes críticos, enviar las fotos de la concentración que hemos convocado (y que hemos mirado en Google maps) y buscamos después las noticias en su navegador. Decimos que Nike es una empresa que explota a niños en todo el mundo, pero vestimos todos con sus prendas y nos compramos las camisetas del equipo de fútbol de nuestra ciudad que ellos fabrican. Criticamos a todas estas grandes empresas por gastar grandes sumas de dinero en publicidad, dándoles millones a jugadores de fútbol o baloncesto, sin querer ver que somos nosotros mismos quienes, sentados en el sofá viendo el partido, hacen que ellos puedan pagar esas cantidades con nuestro consumo diario.

Estoy harto de tanta hipocresía. Nadie obliga a nadie a usar un producto. Todos los millones de personas que claman contra las grandes empresas en el mundo podrían poner fin a eso con una sencilla medida: Dejad de comprar o usar sus productos. ¿Facebook es una vergüenza? Cerrad vuestra cuenta. ¿Carrefour se come al pequeño comercio? No volvais a hacer compra allí. ¿Coca-Cola explota el agua de países subdesarrollados? Tomaos el whisky solo y bebed agua del grifo. Si todos los millones de personas que en el mundo critican a las grandes empresas no consumen sus productos éstas se derrumbarán. Porque de eso viven.

Recordad: NADIE OS OBLIGA a comprar sus productos. Nadie os pone una pistola en la nuca para que saquéis la tarjeta de crédito y vayáis a McDonalds o al cine. Y si no sois capaces de vivir en la edad de piedra (yo al menos, no lo soy, por eso no me incluyo), entonces dejad de criticar, insultar, vilipendiar y robar a las compañías que en muchos casos han hecho el mundo lo que es hoy.

La gente tiene derecho a vivir de sus creaciones. Tiene derecho a gestionar sus empresas de la manera que le dé la gana, siempre y cuando no usen la fuerza física o el robo contra otro. Si una gran compañía paga menos impuestos en vuestro país, no «os debe dinero». Lo hace porque el acuerdo firmado con vuestro gobierno (que habéis elegido democráticamente) así lo estipulaba. Se llama liberalismo y es el único sistema en el que la fuerza física no tiene cabida porque la única herramienta de relación es la negociación. Si una de las partes no acepta las condiciones de la otra, no hay trato y todos tan contentos. De modo que si Google apenas paga impuestos en España, no os quejéis: Fuisteis vosotros los que aceptásteis sus condiciones, a cambio de disfrutar de los servicios de una de las empresas más revolucionarias de las últimas décadas.

Pensad en un mundo sin grandes empresas. Por favor. Pensad como sería vivir, de nuevo, sin Windows, Google, Facebook o Apple. Con coches (si existieran) sin los logros tecnológicos desarrollados por las grandes marcas como Mercedes, Volvo o Audi. Pensad en un mundo en el que la compra no tuviera nunca las ofertas de las grandes superficies y la ropa nunca estuviera al precio y las cantidades que ofrece Zara o H&M. En el que las compañías farmacéuticas no crearan medicinas reolucionarias por no poder dedicar millones a investigación y desarrollo. Y las obras de los grandes intelectuales y escritores no estuvieran presentes en todos los países porque ninguna pequeña editorial pudiera imprimir las cantidades que la sociedad demanda. Y no, no os engañéis, todas las ventajas tecnológicas y comerciales que disfrutamos hoy no estarían. Tuvieron que ser creadas.

¿Podría ser una buena vida? Quizá. ¿Sería igual de cómoda y con las mismas posibilidades que tenemos a día de hoy? Rotundamente no. La riqueza generada por esas empresas es la que hace que puedan ofrecer mejores precios, nuevas creaciones tecnológicas, servicios más adecuados al cliente y llevar sus respectivos mercados a nuevos horizontes y países (que también terminan recibiendo un trozo). La riqueza no está ahí, al alcance de cualquiera. Debe ser creada. Ellos crean algo que la gente quiere y nosotros les hacemos ricos porque queremos lo que ofrecen. Y lo hacemos por iniciativa propia, nadie nos coacciona.

Y otra cosa en la que habrá caído más de uno: ¿Cuántos puestos de trabajo desaparecerían? Es decir, dinero contante y sonante en nuestras cuentas o nuestra hucha (puestos a olvidar, olvidemos a los bancos), que nos permita pagar el alquiler, comprar ropa a nuestros hijos y poner comida en la mesa. Sí, habéis acertado: Millones.

Tenemos las grandes empresas que queremos, los programas de televisión que pedimos y los productos que deseamos, porque nosotros, en nuestra actuación del día a día HACEMOS O DESHACEMOS el mercado. Somos responsables de su éxito o fracaso, y puesto que es así, debemos apechugar con las consecuencias de una vez. Lo demás es pura hipocresía, envidia y ganas de buscar excusas para no aceptar la dureza de esa afirmación.

Vivimos anclados en una moral de débiles. Es a lo que nos ha llevado, por lo visto, siglos y siglos de historia. No somos capaces de luchar con los verdaderamente fuertes y brillantes en sus mismas condiciones así que tratamos de convertirlos en los chivos expiatorios de nuestras propias miserias. «Ellos nos roban», «ellos nos explotan», «ellos hacen que el mundo sea un lugar horrible». Y puesto que no somos capaces, en lugar de usar las herramientas a nuestro alcance (No usar sus productos o tener dos cojones y montar un negocio que pueda competir), pedimos que gobiernos de todo el mundo usen la fuerza contra ellos. Que los encarcelen, que los hagan pagar, que los hundan. Eso sí, que nadie nos quite sus productos, por dios, que yo sólo soy una pobre víctima sin mente ni libre albedrío que ha sido manipulado desde la cuna y obligado a hacer y comprar todo aquello que me ponen delante a buen precio o anuncian los medios.

¿Cómo se come todo esto?

¿ Odiáis el capitalismo con todas vuestras fuerzas? Iros a vivir a Cuba. O a Corea del Norte. O a cualquier país donde exista un sistema socialista que os dé la esclavitud que tanto anheláis. Donde todo se os sea dado sin tener en cuenta vuestra capacidad, vuestra producción, vuestro esfuerzo, vuestra honradez y vuestra mente. Seréis felices y le habréis hecho una peineta al sistema capitalista pagando, únicamente, con vuestra libertad y vuestros derechos individuales. Pero no so quejéis si vuestras compañías públicas no son capaces de producir y gestionar vuestros recursos como lo hacen las privadas y capitalistas. No lloréis si vuestros hospitales están anticuados y sin medicinas, porque no tenéis capacidad como para crearlas vosotros mismos. Ni pataleéis porque no os ofrecen su ayuda gratis aquellos a quienes nunca habéis respetado. No la merecéis.

Y, mientras tanto, recordad que un sistema que te da todo lo que tienes, es libre de quitarte todo lo que posees. (más…)

 Tuve la suerte durante las pasadas navidades de hacerme con un paquete de libros de los que dan gusto, capaz de mantenerme ocupado durante todo el año. Entre tanto página, destacaba un tocho de 700 páginas: La biografía de Steve Jobs escrita por el periodista estadounidense Walter Isaacson.

Mientras estuvo con vida nunca supe mucho acerca de Steve Jobs. De hecho creo que no fue hasta la llegada del primer iPhone que conocí su nombre y su cara. Hasta aquel momento Apple no era más que una marca de ordenadores que aparecía en la película Forrest Gump y la imagen que tenía en mi cabeza –aparte de la manzana- era la del iMac, ese ordenador de aspecto insultantemente vanguardiasta en el que dí mis primeros pasos en la edición de videos y fotografías digitales durante mis años universitarios.

Lo cierto es que nunca he sido demasiado fan de los productos de Appl. Más allá de su diseño, me parecen más complicados que el PC de toda la vida (cuestión de costumbre probablemente) y su “sistema cerrado” un concepto quea lo largo de los años ha servido más para putearme y frustar mis planes digitales que cualquier otra cosa.

Pero no puedo negar que la biografía de Isaacson ha conseguido que mi opinión cambie en buena parte. Porque la personalidad de Jobs estaba, o está aún, tan ligada a Apple, que es imposible separar una de la otra.

A tenor de lo que encontramos en estas páginas, Steve Jobs fue, durante buena parte de su vida, un gilipollas. Quiero decir en lo que al trato con la gente se refiere. Irascible, llorón, maleducado y con ningún o muy poco respeto hacia quienes le rodeaban. La cantidad de pasajes que muestran esos rasgos distan mucho de ser simplemente anecdóticos y muestran a un hombre que, pese a su éxito y sus millones de fieles,  no era lo que llamaría una “buena persona”.

Ahora bien, era un genio. Total y absolutamente. Un hombre con una capacidad de innovación fuera de toda duda y con una visión de aquello que quería conseguir francamente admirable: Crear productos revolucionarios. Y lo hizo.

Si hacemos caso a Isaacson ( y no veo motivo por el que no debamos), Jobs era un idealista total, casi un ejemplo andante de la filosofía hegeliana: El hombre convencido de ser capaz de adaptar el mundo a su pensamiento. No seguía las normas del mercado. No hacia estudios de medios. No le importaba la opinión del público. Toda su labor tenía como meta el crear los mejores productos posibles, los más revolucionarios, los que tuvieran el diseño más innovador. Estaba convencido de que, si lo conseguían, el público los compraría. De que la calidad es el principal motivo de compra. Y acertó. Poniendo la vista en la actualidad no podemos menos que admirar cómo consiguió exactamente todo lo que se propuso, convirtiendo a Apple, justo antes de su muerte, en la empresa más grande del planeta.

Si hay algo que nunca entendí era esa obsesión por los productos “cerrados”, pero tras este libro, creo que he conseguido comprenderlo mejor, y lo respeto. Jobs quería mantener el control absoluto sobre todas las creaciones de Apple. Su gusto por el detalle le había llevado a crear inventos increíbles y no estaba dispuesto a dejar que nadie interfiriera en sus creaciones. A cambio de ello ofrecía elementos de gran calidad, capacidades de compatibilidad (dentro de su marca) desconocidas y una continua innovación en todo aquello que se embarcaba. Y lo hacía, curiosamente, con la única verdadera herramienta que se le ha dado al hombre para crear: La experiencia. Ensayo y error, ensayo y error, una y otra vez. Puliendo defectos, reiniciando proyectos y no aceptando como válido ningún resultado hasta lograr lo que él consideraba la perfección. Ésa es, a fin de cuentas, la verdadera llave del éxito. Lo triste es que sólo unos pocos son capaces de llevarla a cabo, manteniéndose firmes en su postura y confiando en sí mismos.

Él lo hizo y eso merece reconocimiento. Pese a haber sido un gilipollas. Porque una cosa no quita la otra.

 

Que lo disfruten.