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A VUELTAS CON LAS BECAS

Publicado: 26 junio, 2013 en Artículos
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La mentalidad española de la que hacemos gala es de juzgado de guardia. Medio país subiéndose a las barbas del ministro de cultura, José Ignacio Wert, por el tema de la concesión de becas. El primer político, en décadas, que dice lo que nadie quiere oír pero que muchos llevamos pensando desde hace mucho tiempo: No se puede tener un sistema educativo que premia al que es un desastre y castiga al que es brillante. No se puede. Es algo completamente injusto que va contra toda la lógica y que ni siquiera debería tener que explicarse. Y mucho menos criticarse.

Veamos: Miles de personas en todo el país se levantan porque las becas no se darán a estudiantes con menos de un 6,5 de media (Nota que, por mi parte, me sigue pareciendo ridícula). Las becas, es decir, las ayudas, deben darse a estudiantes brillantes. El baremo para medir el acceso a una beca no puede ser la pobreza, o al menos no el baremo principal. Las ayudas deben darse a aquellos que las necesiten, sí, pero principalmente a aquellos que las merezcan y puedan aprovecharlas. Una beca es una inversión por parte del estado y eso es lo que hay que tener en mente a la hora de concederlas. Deben otorgarse a estudiantes que puedan sacar lo mejor de ellas. Son esas personas, por sus méritos, los que deben ser premiados. Precisamente porque son ellos los que con mayores probabilidades de darnos, a todos los españoles, riqueza, empleo y alegrías en el futuro creando proyectos de éxito.

Pensemos fríamente todo esto, porque el sistema educativo español y su idea de que se ha de ayudar al débil por el hecho de serlo es un error que vamos a pagar muy caro.

Cuando yo empecé a estudiar, si tenías dos asignaturas suspensas, repetías curso. Después, esto se cambió a 3 asignaturas. Después te permitían pasar de curso con varias, y ahora ya ni sé que condiciones hay. Paralelamente, se fue rebajando la carga de todas las asignaturas, todo en aras de conseguir que hubiera el mayor número de jóvenes con acceso a la universidad. Todas ellas medidas que lo que hacen es bajar el nivel de los mismos universitarios, devaluando sus títulos. No tiene ningún sentido. Todo ello para que luego las universidades españolas escupan cada año miles de licenciados que van directamente al paro, porque no hay ningún sistema profesional que pueda ofrecer esa oferta laboral. Y menos en España.

Antes, con lógica, estudiaban una carrera universitaria unos pocos. Los mejores. Los que eran capaces y se habían convertido en buenos estudiantes con esfuerzo y disciplina. Los que no, podían aprender un oficio, o alguna titulación intermedia menos exigente. Pero la educación partía de la base de que debías llegar a un mínimo grado de excelencia para poder tener un título universitario.

Actualmente todo se hace al revés, bajando la calidad de la educación en pos de que todo el mundo pueda tener un diploma. Es una estupidez y no hace ningún bien a la sociedad. Se ha llegado, incluso, a reclamar medidas como la propuesta por un gobernante del PSOE en Extremadura, que defendía que se pagara a los estudiantes por ir al colegio ante la subida del absentismo escolar. Pagar al alumno para que no se vaya de pellas. ¿Soy acaso el único que cree que esto es una estupidez sin ningún sentido? ¿A dónde vamos a llegar? Ir a clase y esforzarse en los estudios no es algo que deba ser recompensado. O al menos no por los aparatos gubernamentales (si los padres quieren motivar y premiar a su hijo por ello, es cosa suya). Ir a clase, estudiar y aprobar es el trabajo diario de cada estudiante. Punto.

Estás medidas, esta mentalidad, son totalmente injustas. Justicia significa que cada uno tenga lo que se merece. El que es honrado, trabajador, brillante, etc. merece ser apoyado y cuidado. El que no, debe ser responsable de su vida y apechugar con su decisión de ignorar la oportunidad que se le ha brindado.

Evidentemente este no es el caso de todos. Muchos jóvenes vienen de estratos sociales más desfavorecidos y la beca es su esperanza, cierto. Pero eso no significa que deban ser mantenidos sin ningún esfuerzo por su parte. La demostración de que esas personas merecen esa ayuda y de que la valoran, es ni más ni menos que el hecho de que se tomen en serio la oportunidad que se les brinda a través de los impuestos de todos los demás ciudadanos. Y no hay más demostración de eso que siendo un buen estudiante con la mejor nota media posible.

Ayer nos sorprendía una noticia de que según los datos de la Comunidad Andaluza, 340.000 universitarios no hubieran llegado al 6,5.

Bien, es la viva demostración del sistema.

No quiere decir que la medida sea injusta, quiere decir que las continuas bajadas de nivel lo que están creando es una generación universitaria deficiente, que no dispone de las condiciones ni del carácter de excelencia que se ha de encontrar en semejante sector de la sociedad. Quienes apuestan por rebajar la carga de contenidos en las escuelas para conseguir un número mayor de titulados, no le hacen ningún favor a la sociedad y desconocen profundamente el funcionamiento de la misma. No es cualquier idiota, por mucho título que tenga, el que hace que se desarrolle el mundo. Los avances científicos, los avances tecnológicos, los avances sanitarios, y en general todo progreso que se ha llevado a cabo en la historia, es gracias al trabajo de por personas que han alcanzado las más altas cotas en sus diferentes campos. Personas capaces de llevar a cabo su tarea de la mejor manera posible dedicándose a la labor que conocen y disfrutan. Bajar la exigencia de las carreras de ingeniería no nos dará mejores ingenieros, nos dará más, pero de peor calidad. Destinar becas a alumnos con notas medias bajas no hará que estos sean mejores, hará que destinemos dinero público a quienes no nos harán recuperar dicha inversión.  Y rebajar las notas de corte y los requisitos de la educación secundaria nos dará miles de licenciados cuyo título no valdrá ni el papel en el que está impreso.

Algo valioso es aquello que cuesta conseguir. Lo regalado, lo alcanzado sin esfuerzo o disciplina, no vale absolutamente nada. Y por si fuera poco se crea una mentalidad completamente errónea: Que no importa ser bueno en algo para merecer lo mejor. Y eso es un suicidio social. Creará generaciones que no conocen las virtudes de dar el máximo. Generaciones que considerarán que no son responsables de nada, que pueden cometer cuantos errores quieran sin pagar las consecuencias y  que todo en la vida debe ser regalado. Una sociedad así es del todo defectuosa, apática e improductiva. Le pese a quien le pese.

 

Millones de personas en el mundo claman contra el capitalismo, contra sus consecuencias y prácticas, contra la visión de mundo que éste supone. Y sin embargo ¿Es capitalismo aquello que denunciamos?

Si atendemos a su definición, el capitalismo no existe actualmente. El capitalismo puro, laissez faire, es a día de hoy pura entelequia. Siendo como es la base del capitalismo la absoluta libertad económica, la independencia total de la economía frente al poder político, el ya lejano “dejadnos en paz” de los productores contra los gobiernos, podemos decir que hoy no existe un sistema capitalista en ningún rincón del mundo. Hay países con mayor libertad y países con menor libertad, pero no la hay en sentido absuloto y eso, por ser su base, anula el concepto.

¿Cuál es entonces el sistema en el que vivimos?

En los últimos siglos, los sistemas que han optado por una clara intervención de la economía por parte del estado han sido de izquierdas. Algunos, como el comunismo, de una manera total, otros, como el fascismo (que es un movimiento de izquierdas, por mucho que se use el erróneo término de “extrema derecha”), dando una mínima libertad. Pero el sistema actual, el que aplican los países de todo el mundo hoy día y que defiende un mayor o menor equilibrio entre control por parte del estado y libertad es el socialismo. Ésa es su esencia.

Los momentos de la historia en los que mayores errores se han cometido han tenido siempre la mancha del intervencionismo estatal. El lastre de aquellos que nada producen sobre aquellos que sí lo hacen. El dominio del número o la fuerza, frente a la capacidad. La influencia de las regulaciones que impiden el desarrollo de la riqueza y que alteran la libre competencia.

Entonces, si todos los datos empíricos apuntan a que es el intervencionismo de los gobiernos la base de los problemas contra los que clamamos, si la historia demuestra que los períodos en los que el intervencionismo ha sido menor han sido los más prósperos, si somos conscientes de que es en ellos cuando el nivel de las ciencias y la industria ha avanzado más que en toda la historia, si los datos constatan que de la mano de esa libertad han venido siempre la prosperidad y la caída de los niveles de pobreza ¿Por qué criticamos el capitalismo y no el socialismo, que es el sistema que en realidad impera? Repito ¿Por qué?

Lo único que se me ocurre: por ignorancia. Seguimos el grito de la manada, el barrunto del rebaño. Sin creer o confiar en nuestra propia opinión a pesar de las certezas que la experiencia aporta. Estamos hundidos en una falsa moral que tergiversa y obstruye la realidad y tememos aceptar como cierta cualquier opinión que no goce del respaldo de una mayoría o un grupo medianamente numeroso.

No vivimos en un mundo capitalista, sino socialista. El “sistema” que tanto atacamos es, en realidad, el mismo que supuestamente defendemos. Hemos focalizado nuestro odio hacia una cabeza de turco, al igual que se hizo muchas veces atrás en la historia. Y la demagogia y el discurso fácil nos han cegado a la realidad. Nos negamos a comprenderla, a investigarla y a conocerla para formarnos una opinión cierta. Más grave aún, nos negamos a aceptarla y, en lugar de extraer del mundo teorías, tratamos de imponer al mundo las mismas. Modificamos los datos objetivos, alteramos la historia y confundimos los términos de manera que frenamos y añadimos dificultades a nuestro propio avance. Y si bien éste es imparable, pues la base del conocimiento humano es la experiencia y ésta siempre va a más, es lamentable ver cómo nos ponemos trabas a nosotros mismos.

«I saw the best minds of my generation destroyed by madness, starving hysterical naked»

-Allen Ginsberg.

Ayer colgué una recomendación en Facebook: ver la película Howl, de Rob Epstein y Jeffrey Friedman. Pese a que advertía que sólo aquellos seguidores de la generación beat la disfrutarían, parece que no ha quedado del todo claro a qué me refería. Vamos a tratar de explicarlo.

La película toma su nombre del famoso poema Aullido (Howl), con el que Allen Ginsberg pusó en marcha y dio fama a la llamada Beat generation. El film es un biopic  acerca de la vida de Ginsberg con una línea argumental múltiple: Por un lado el juicio por obscenidad al que se enfrentó el editor de la obra ,Lauren Ferlinghetti ,al considerarse la misma como demasiado obscena para la puritana norteamérica de la época, por otro la primera lectura del poema por parte de Ginsberg ante algunos de los miembros más destacados del movimiento, sin olvidar las entrevistas (reproducidas admirablemente por James franco en el papel principal) en las que el autor explicaba su vida, sus frustaciones y su método de trabajo y escritura, así como los objetivos que buscaba con la misma. Por último, se entremezclan recitaciones del poema con escenas animadas por ordenador, dando como resultado una estructura que, aunque ordenada, puede llegar a cansar.

Es aquí dónde radica la importancia de conocer el mundo en el que se gestó la obra y el haber leído los clásicos de la beat generation.

Puedo decir, sin atisbo de duda, que cualquiera que no haya leído On the road, El primer tercio, El almuerzo desnudo,  Los vagabundos del Dharma, Las cartas de la ayahuasca o el mismo Aullido y otros poemas no disfrutará la película. Más que nada porque no sabrá quiénes son la mayoría de los personajes, ni el contexto que se narra, ni la tremenda influencia que dichas obras tuvieron en la literatura, la música, y finalmente, la cultura de la sociedad occidental a lo largo del siglo XX. Sin embargo, aquéllos que las conozcan disfrutarán como enanos con las apariciones de Jack Kerouac, William Burroughs, Neal Cassidy y el mismo Allen Ginsberg, a la vez que, a través de las diferentes escenas, recordarán pasajes de Aullido y retazos de personajes que ya son clásicos de la literatura contemporánea como son Dean Moriarty, Sal Paradise o Carlo Marx (alter ego de los autores de las distintas obras y amigos tanto en la ficción como en la vida real).

La película desvela algunos aspectos interesantes de este generación de escritores y lo mejor es que lo hace de una manera muy clara. Una de las dificultades con las que se enfrenta cualquier lector de estas obras es que su lenguaje caótico y su estructura inconexa dificultan notablemente el sacar alguna conclusión o pensamiento objetivo. Por suerte, las entrevistas a Allen Ginsberg reproducidas en el film, así como el juicio, permiten comprender mejor el pensamiento de esta tropa de locos más allá de sus juergas alcohólicas y sus escarceos (en algunos casos gravísimos) con distintos tipos de drogas.

Personalmente soy un enamorado de este movimiento literario. Desde que leí En la carretera por primera vez (hace 6 ó 7 años) me sentí irremediablemente atraído por su estilo de escritura espontáneo, sin guión predefinido, y sus locos personajes recorriendo todos los caminos de EE.UU y México en busca de Dios sabe qué. Casi costaba creer que todas esas historias fueran reales, por descabelladas y faltas de sentido común.

Y es que la grandeza de la generación beat fue –y me enorgullece decir que pensaba esto antes de ver la peli- su brutal sinceridad. Todas estas obras no buscaban alcanzar una gran calidad literaria, ni ser aceptadas por el gran público. Buscaban, simple y llanamente, contar un punto de vista. Uno nuevo y revolucionario, fruto del fin de la segunda guerra mundial y el estado de miedo permanente de la guerra fría, que terminaría arrollando la moral de la época y ejerciendo una influencia en todo el mundo cultural de las siguientes décadas como no se volvió a producir en el siglo XX. Tanto el auge de la música pop- rock en los 60 y 70, pasando por la canción protesta, el movimiento hippy , el punk, la liberación sexual, el consumo de drogas, el pacifismo o el periodismo gonzo se ve la huella de este movimiento literario, que tomó ideas de los simbolistas franceses, el surrealismo y el dadaísmo –entre otros- para llevarlas a un nuevo nivel.

Hay una frase de Ginsberg en el film que transmite bastante bien el por qué de mi atracción hacia este grupo: “Escribir tiene algo de meditación…en ocasiones no sabía que es lo que quería decir con mis palabras, no les encontraba sentido. Pero muchas veces, días o semanas después, se me revelaban claramente”.

Siempre he sentido algo parecido.

Dije en otro post que no sé pensar sin escribir. Apilando palabras según surgen de mi cabeza y dándole vueltas una y otra vez a un discurso sin planificar de antemano he llegado a comprender mejor qué pienso, cómo soy y qué es lo que quiero transmitir. Y, como decía Ginsberg, eso conduce a una sensación de desahogo tremendamente agradable, como si liberaras al cerebro de una pesada carga. Es la gracia de la espontaneidad y, tristemente, algo que un texto perfectamente pensado desde el comienzo nunca logrará reproducir. El mérito de estos escritores es que consiguieron que eso tuviera una enorme carga expresiva, a la vez que mostraban una nueva manera de escribir y abrían, además, las puertas del mundo editorial a todos los que vinieron detrás.

Recomiendo, de nuevo, a todos los amantes de esas obras que vean la película y a aquellos que las desconocen, que las den una oportunidad. Merecen la pena…si eres capaz de captar el mensaje.

(*) Hay que leer Aullido y otros poemas.